Martes, 10 Septiembre 2024
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A Francisco Gárate (1857-1929) se le recuerda por las cosas ordinarias, la amabilidad con que trataba a los estudiantes a lo largo de los muchos años en que trabajó de portero en centros educativos de la Compañía. Casi vecino del santuario de Loyola, donde nació san Ignacio, Gárate creció en el seno de una piadosa familia católica, y dejó su casa a la edad de 14 años para trabajar como doméstico en el recién inaugurado colegio de Nuestra Señora de la Antigua, que los jesuitas dirigían en Orduña. Cuando decidió hacerse jesuita él mismo, Gárate fue al sur de Francia, donde la Compañía española mantenía un noviciado en el exilio, al haber sido expulsada de España en la revolución de 1868.
El primer destino de Gárate fue el de enfermero en el colegio de La Guardia, junto al Atlántico y la frontera portuguesa. Durante diez años atendió a los estudiantes enfermos con gran amabilidad y generosidad.
Luego se trasladó a Bilbao, donde trabajó como portero en el Centro de Estudios Superiores. Como san Alonso Rodríguez, el otro hermano portero jesuita, Gárate se mostraba amable y educado con todos los que llegaban a la comunidad. A los estudiantes les daba ánimos, consejo y Consuelo, y se aseguraba de que el que tenía hambre encontrara algo que comer, y que el que era pobre tuviera con qué vestirse.
Su vida estaba marcada por la oración y por una vida en extremo sencilla, que se reflejaba en su modo de vivir, comer y vestir, Oraba constantemente donde estuviese y siempre traía el rosario en la mano. Tras su fallecimiento los antiguos alumnos hicieron grandes demostraciones de devoción y estima hacia el hermano que había sabido mostrarles el amor que les tenía.